Tú que pasas tu Cielo haciendo bien en la tierra, ayúdame en esta necesidad y concédeme del Señor lo que Te pido si ha de ser para gloria de Dios y bien de mi alma. Así sea.
Rezar un Padre Nuestro.
Abril de 1539. Una carreta y una comitiva avanzan lentamente hacia Becedas. Llevan a Teresa de Cepeda y Ahumada muy enferma donde una curandera.
Cuenta para entonces 24 años y hacía ya cuatro años que había huido de la casa paterna para ingresar en el convento de la Encarnación, su entrañable amiga, Juana, monja también, la acompaña.
Teresa la mujer inquieta y andariega, Teresa, la humilde, la obediente, ha nacido en Ávila el 28 de Marzo de 1515.
De poco han servido los remedios de la curandera de Becedas y ahora van de regreso a Ávila con la enferma cada vez en peor estado. En llegando, Teresa pide confesión, cae en un colapso de tres días que, a pesar de las negativas de su padre, es amortajada, sin embargo, providencialmente, Teresa empieza a hacer señales de vida. Permanecerá tullida durante tres años en la Encarnación, tiempo en el cual da ejemplo de paciencia y templanza.
Un tío suyo le había regalado el Tercer Abecedario de Francisco de Osuna que “trata de enseñar oración de recogimiento y puesto que este primer año había leído buenos libros, no sabía como proceder en oración ni como recogerme y así holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas”
¡Oh Santa Teresita del Niño Jesús, modelo de humildad, de confianza y de amor! Desde lo alto de los cielos deshoja sobre nosotros esas rosas que llevas en tus brazos: la rosa de humildad, para que rindamos nuestro orgullo y aceptemos el yugo del Evangelio;
la rosa de la confianza, para que nos abandonemos a la Voluntad de Dios y descansemos en su Misericordia; la rosa del amor, para que abriendo nuestras almas sin medida a la gracia, realicemos el único fin para el que Dios nos ha creado a su Imagen: Amarle y hacerle amar
Físicamente recuperada, aunque todavía espiritualmente desmotivada, sigue encaminando a los demás hacia Dios, igual a sus amigos que a las monjas de la Encarnación y hasta su propio padre. Sin embargo, ella padece flojera espiritual, lo cual la hace sentir muy mal. En tales condiciones, Teresa es marcada fuertemente por el acontecimiento de la muerte de su padre. Lo asiste hasta el último momento y sufre su pérdida.
A partir de entonces, su vida se desarrolla en una aparente rutina, apreciada por las monjas del convento y visitada por los nobles de la ciudad de Ávila. Bajo esa aparente rutina, va surgiendo la incertidumbre, la vacilación, diez años experimentando sus debilidades, tratando de fraguar actitudes de renovación.
A los 39 años, como ella lo expresa en el libro de su Vida, cansada de ir de “pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión”. No se trataba de cosas graves, pero sentía que le faltaba radicalidad en la entrega. Dios ya la andaba cercando.
Para la cuaresma de 1554, cada vez más resuelta a entregarse sin condiciones y al mismo tiempo con la tentación de la mediocridad, Teresa se encuentra con la imagen de un Cristo “muy llagado, y, tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal porque representaba bien lo que pasó por nosotros” Y continúa relatando el impacto que tuvo en ella: “Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”
Teresa ve claramente, que sólo en Cristo encontrará armonía y equilibrio. Si a los catorce años, con la muerte de su madre, se puso a los pies de María, ahora se pone a los pies de Jesús para que la transforme definitivamente.
Ahora todo ha cambiado Teresa sabe que ¡Dios vive en ella!, que su interior es como un palacio donde mora en Rey. Solo necesita hacer un esfuerzo para concentrar toda su vitalidad y energía y, de esta manera, desde la fe, hacer contacto con ese Dios que le hace vibrar todas las fibras de su ser.
Eso es quizá lo más sorprendente de Teresa: esa osadía de amor que busca siempre la intimidad con la persona amada, con esa “Humanidad Sacratísima”.
Jesús y nadie más, es la única persona que realmente interesa, y todo lo demás no tiene auténtica relevancia en la vida. Él es el centro y corazón de su vida y de su obra, es Dios, es Padre, es Redentor… pero también es el Amigo… por eso, en Camino de Perfección escribe: “Todo el punto está en que le demos nuestro corazón por suyo con toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia.
Y pues tiene razón Su Majestad, no se lo neguemos” Continúa haciendo énfasis en ese don precioso de la libertad de los hijos de Dios “Y como no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo”
Esa fue en realidad la única preocupación de la Santa Madre: darse del todo al “Buen Jesús, al “Bien sobre todo Bien”, al “Cordero Amantísimo”, al “Vencedor del demonio”, al “Amante verdadero”, al “Esposo adorable”, el “verdadero y único Amigo y Esposo” y muchos otros títulos con los cuales se dirige a Cristo. Bien podría hacerse una Letanía Cristológica con ellos.
Jesús, desde ese año 1554 fue su único Amigo. Y con tal Amigo morando dentro de ella, no quiere ya ocuparse de humanos cumplimientos, ni frecuentar los locutorios ni permitirse otras distracciones, ya que Jesús esta por encima de todo otro interés. Y Dios, por su parte, recompensó sus esfuerzos con gracias, favores e iluminaciones en la medida de la generosidad que ella le demostraba. Fue también entonces cuando cambió su nombre seglar de Teresa de Cepeda por el de Teresa de Jesús.
Comienza pues un tiempo de plenitud pero también cargado de incomprensiones y sufrimientos. Teresa no reza solo vocalmente; con la certeza de que Dios habita en ella, todo ha cambiado maravillosamente. Enfocar hacia adentro, mirar, conversar, amar, tratar de amistad con Dios, Padre, Hermano y Maestro, y Señor de misericordia; quitarse las máscaras, verse cara a cara con Dios ¡qué estupenda experiencia! Veamos su manera tan bella de decirlo:
“De lo que yo tengo experiencia puedo decir; y es que, por males que haga quien la ha comenzado (la oración), no la deje; pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella será muy más dificultoso. Y no le tiene el demonio, por la manera que a mí, a dejarla por humildad; crea que no pueden faltar sus palabras; que en arrepintiéndonos de veras y determinándose a no ofenderle, se torna a la amistad que estaba, y hacer las mercedes que antes hacía, y a las veces mucho más, si el arrepentimiento lo merece. Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien”.
Sus confesores recibieron mal esta novedad: le dijeron que eran fantasías del demonio, que rezara vocalmente y se dedicara a hilar. Teresa padeció firme y Dios acudió en su auxilio; encontró un consejero sensato que la animó a no poner barreras a la acción de Dios. Pero eso sí: mucha atención en sus obras. Si aumentaba su capacidad de comprensión, de ayuda, de sacrificio, si se alejaba de la crítica fácil o del gesto displicente ante las hermanas, si se sentía más fuerte en la virtud, entonces su oración era de la buena.
Llegada a los cuarenta años, comienza a madurar en la Santa madre la misión que Dios le tenía reservada. Llegan los aires renovadores de la Iglesia, la noticia de la separación de Lutero, con la cual se ve muy afectada, el fuerte movimiento del humanismo. Todo esto impacta en Teresa. Pero ella desea continuar siendo religiosa y comprende que jerarquía, sacerdotes y religiosos deben recuperar para la Iglesia una vida de comunión vivida con entusiasmo, convicción y alegría.
Así, nace la gran idea: fundar pequeñas comunidades, al estilo del “Colegio Apostólico”.
Serían pequeños conventos con trece monjas como máximo, donde la comunión sea intensa, donde todas se ayuden, con un elemento de igualdad característico del pequeño convento, con un único objetivo para todas las monjas: tratar a Cristo como a un amigo y demostrárselo en todo momento, lo mismo en el silencio que en los tiempos de recreación, en la capilla, aún en la cocina porque “entre los pucheros anda el Señor”.
Para 1560, Teresa ya trabaja intensamente para fundar una nueva familia para la Iglesia, un legar de encuentro con Dios a través de una vida comunitaria compartida libremente.
Hace sus primeros contactos y tiene sus primeras dificultades. Un confesor llega a negarle la absolución a menos que renuncie a la fundación que está intentando.
Pero la Santa no se arredra, cuando ella se ha convencido que los asuntos son voluntad del Señor, no habrá nada que la detenga.
Es muy digno de mencionar el maravilloso equilibrio que la Santa tiene entre la obediencia a sus superiores y la obediencia a la voluntad de Dios, sobre todo cuando esta se opone a la de sus superiores.
Esto particularmente le causa grandes tribulaciones: “Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien que es pasar trabajos y persecuciones por Él, porque fue tanto el acrecentamiento que vi en mi alma de amor de Dios, y otras muchas cosas, que yo me espantaba; y esto me hace no poder dejar de desear trabajos”.
Así, ella pide a Roma que le permitan fundar una casa para un grupito de carmelitas que pretenden vivir la Regla en toda su integridad.
En febrero de 1562 llega el permiso.
A través de su hermano compra una casa en el centro de Ávila y él la va habilitando para el nuevo monasterio que se inaugura el 24 de agosto de 1562 ¡el primer “palomarcito” teresiano! Con ella van cuatro monjas de la Encarnación que toman el nuevo hábito.
Aquello no gustó a muchos, ni a las monjas de la Encarnación que reclaman que Teresa retorne inmediatamente, ya no digamos a los calzados.
También hubo fuerte oposición de las autoridades concejales que estuvieron a punto de suprimir el monasterio. Fue el dominico Domingo Báñez el que aplacó los ánimos del Concejo de Ávila ¡tanto escándalo por cuatro pobres mujercitas que se habían reunido vivir juntas para servir al Señor!
Por Hna. Sofía de Jesús Misericordioso
En abril de 1542 Teresa se siente curada por intercesión de San José.
“Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra –que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar- así en el cielo hace cuanto le pide”.